Perderse para volver a encontrarse. Y luego perderse y volver a encontrarse una vez más. Una y otra vez... En un juego que podría durar eternamente en el que se dice que es el centro histórico más grande de Europa.

Es el laberinto de Jano, el antiguo dios latín de los umbrales, las fases de transición y los pasadizos. De un tiempo a otro, de un mundo a otro. Y que da nombre a la ciudad de Génova. En la seducción de una placita apartada, que guiña el ojo desde una abertura al lado de una callejuela, y llama a una pequeña transgresión del mandamiento de «Usted está aquí» que nos tendría siempre trazados, geolocalizados en la cuadrícula de un mapa. Tanto es así que perderse realmente es prácticamente imposible y que las rutas seguras de las visitas guiadas quedan siempre a un paso (https://www.visitgenoa.it/conosci-genova).

Génova, ciudad de umbrales, de pasos suspendidos entre puertas correderas que pueden abrir o cerrar mundos. Fuera y dentro de ti. Un rayo de sol atraviesa la alfombra de tejados tan cerca unos de otros que se llegan a tocar, mientras un gato blanco cruza perezosamente el callejón. ¿Sabías que perderse, al menos un poco, puede ser la mejor manera de encontrarse a uno mismo?